Quedarte dormida en el sillón y despertarte a las 3 de la mañana desorientada por una voz que sale del televisor; sin recordar de que manera dejaste que tus ojos se cerraran y pasaras de ver una película a vivir la tuya propia. Te dispones a irte a la cama, enrollada en una manta tan grande que te hace encontrarte tan sola y tan pequeña a la vez, que vas dando saltitos con los pies descalzos sobre la madera como si fueras flotando y con los ojos entreabiertos con el único fin de no chocarte con nada. Llegas a la cama, tan fría, que con el simple hecho de rozarte con las sábanas, un escalofrío recorre tu cuerpo haciéndote despertar un poquito más. Intentas volver a conciliar ese sueño del que no querías despertar y en parte lo consigues, y digo en parte, porque ya no está el príncipe azul; solo hay un sapo, y no sabes que hacer si besarlo o no besarlo.
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